Existen pocas nociones, conceptos y percepciones que puedan llamarse nuevas. Algunas las reinventamos, otras las transformamos, y a unas pocas les cambiamos el nombre. Sin embargo, la mayor parte han acompañado al hombre en su devenir histórico. Y lo que entendemos por belleza no es una excepción. A lo largo de la historia las diferentes civilizaciones han acuñado sus propios modelos de hermosura, aquellos que señalaban a ojos de los demás cómo debían ser las mujeres y los hombres más deseados. Todas han mantenido su propio canon de belleza, algunas veces más accesible para la mayoría de los mortales, en otros casi prohibitivo para los más. Hoy, en un mundo en el que los medios de comunicación son capaces de alcanzar en tiempo real cualquier lugar, por recóndito que sea, del planeta, y con una red interconectada a la inmensa mayoría de los hogares en un solo click, huir del quién es más guapo que quién se hace harto difícil. Podemos cambiar nuestra percepción de lo bello en cuestión de décadas, pero no podemos huir del bombardeo al que nos somete los medios, cada vez más visuales, a cada minuto del día. Y de la mano de la imagen nos llegan a su vez los modelos a los que, casi sin cuestionarnos, debemos aspirar para no quedar relegados del mundo de los bellos, ese círculo cerrado de la aceptación social.
Entendemos por belleza aquella noción abstracta ligada a la subjetividad que percibimos cuando algo nos produce sensación de placer al contemplarlo o sentirlo. Bello puede ser un poema, una flor, un paisaje, y por supuesto un rostro y un cuerpo. Como percepción subjetiva, cada sujeto es capaz de desarrollar su propia noción de lo bello, lo que enriquece sobremanera el mismo concepto de belleza. Lo que ya no es tan subjetivo (si lo entendemos como íntimo y particular de un individuo) es lo que la sociedad considera como hermoso. Es lo que se conoce como canon de belleza, es decir, el conjunto de características que una comunidad de forma convencional establece como atractivo, bello, hermoso y que, por lo tanto, varía según las épocas y las culturas. Es aquí donde los medios de comunicación actúan más si cabe de altavoz de lo que la sociedad considera guapo o feo, aceptable o rechazable. Fue con la llegada del siglo XX cuando las revistas ilustradas, primero, y el cine y la televisión algo después multiplicaron como nunca antes la imagen del hombre guapo y la mujer bella. La moda cada vez más globalizada incide de forma incuestionable en el concepto de belleza, la mujer se libera de las ataduras de los corsés y las faldas largas y el hombre se suma al carro de lo que es socialmente requerido para agradar. Y de la moda incipiente al mercado globalizado y a la era digital, solo hay un paso, ese que hemos recorrido en apenas unas décadas y que nos ha obligado a aceptar la sentencia dictada por los mass media: hoy compramos como bello un cuerpo hiperdelgado, ágil, esbelto, atlético (no demasiado musculoso en el caso de las mujeres, sería poco ‘femenino’), labios y ojos grandes, pechos perfectos y piernas largas (eso para las mujeres), abdominales marcados (para los hombres) y para todos, una juventud eterna. Sobra decir que no todos somos (ni debemos) ser así. Pero lo aceptamos, deseamos ser como ellos y hacemos lo imposible, muchas veces a costa de nuestra salud, para conseguirlo.
Que los jóvenes entiendan que no podemos aspirar a lo que no somos, que la belleza es mucho más que un cuerpo 10 y que, por supuesto, ni siquiera todo lo que aparece en las redes o en los medios es real, constituye la finalidad última de este taller, que repasa el concepto de canon de belleza, su variación según las épocas y culturas y la construcción de la imagen de la belleza ideal por los medios. La imagen del cine como creador de modelos de belleza, el empleo del cuerpo para alcanzar la fama, el uso de programas de retoque de imágenes, los trastornos alimenticios entre los más susceptibles de someterse al imperio del cuerpo perfecto y la rebelión de los hombres y mujeres ‘normales’ por hacerse un hueco entre los ‘guapos’, son algunas de las claves que acercamos a los adolescentes para ofrecerles las herramientas necesarias con las que aceptarse como son y huir de la dictadura de la moda y de un canon de belleza que, por primera vez en la historia, poco tiene que ver con la propia naturaleza humana.
¿Queremos ser como estos modelos, construidos a fuerza de retoques reales o sobre la pantalla, o preferimos reivindicar la belleza natural y la salud física y mental que nos define como personas? ¿Realmente este es el canon de belleza que queremos, o somos capaces aún de adaptarlo a nuestra realidad? El debate y la reflexión están servidos.