Periodismo basura

El periodismo basura siempre ha existido. En el siglo XIX español, a pesar de la censura, pululaban los libelos políticos con las más absurdas patrañas para desprestigiar al rival.

Otro caso de manual de ese siglo (la prensa en papel iniciaba su edad de oro): el magnate y mangante estadounidense Williams Randholp Hearst, ampliamente conocido por usar los medios como auténticos instrumentos políticos, además de ser el más afamado de los promotores de la prensa amarilla, se valió de generar escándalos y de la manipulación mediática para lograr que sus intereses comerciales y políticos se viesen beneficiados. Los casos más resaltantes de su intervención fue que la Guerra hispano-estadounidense de 1898 aconteciera y sus periódicos fuesen los que obtuviesen las primicias.

Pero el cambio tecnológico, el paso del diario de papel al digital, la velocidad cósmica de internet y la falta de filtros en las redes sociales, que son los actuales medios del ciudadano común, ha provocado que esa basura, que existía ya desde los tiempos de Gutenberg, la denominada post verdad, las denominadas «fake news» o noticias falsas cada vez causen más preocupación por sus tóxicos efectos.

Hay diferentes enfoques doctrinales sobre la materia prima de nuestra profesión y la del del mismo educador, porque él también debe transmitir datos fiables a su alumno. En el caso del comunicador profesional, hay expertos que señalan que los editores de periódicos, en su pugna por el liderazgo de audiencias, se han preocupado poco –o nada- por invertir para garantizar su futuro y permiten, entre otras políticas de desinformación, los comentarios de los famosos trolls o el de otras personas, que sin hacerlo como los primeros con ánimo irritante y subversivo, pero  absolutamente indocumentadas, lo mismo opinan de Cristiano Ronaldo o Donald Trump. O llevar publicidad en sus páginas de auténticos timos.

Sin embargo, otros expertos, como el profesor José Manuel Noguera, de la UCAM, mantienen que los medios no necesitan ningún nuevo proyecto para luchar contra las noticias falsas, ya que el periodismo en sí mismo consiste precisamente en ser fiel a la realidad y no publicar nada sin verificar. Hacer periodismo de verdad ya implica, por defecto, luchar contra la desinformación. Pero el escenario informativo (que no periodístico) se ha vuelto mucho más complejo: nuestro consumo de información cada vez se produce no tanto por lo que nos gusta leer, si no también por lo que leen contactos y amigos en las redes sociales. Todo por el click.

El amarillismo sigue siendo otro grave problema en la selva de la desinformación. En Jerez nos encontramos con dos o tres supuestos medios que lo usan de forma contumaz para ganar lectores, audiencias y contratos publicitarios. Quizá porque sus creadores carecen de la formación profesional correcta. En toda esta guerra vale incluso inventarse cifras estratoféricas de visitas en la red gracias a la complicidad de servidores de internet alojados en países tan demócratas como China o Corea del Norte.

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